¿Sabes que
cuando lloras a tus muertos, lloras por ti y no por ellos? Lloras porque los
perdiste, porque no los tienes a tu lado.
Cuando
hayas terminado de aceptar que tus muertos se murieron, dejarás de llorarlos y
los recuperarás en el recuerdo para que te sigan acompañando con la alegría de
todo lo vivido.
Porque si
todo concluye con la muerte, tus muertos ya no están, ni siquiera para sufrir
por haber muerto; si la vida continúa más allá de la muerte, ¿por qué apenarte
por tus muertos?
No te mueras
con tus muertos, recuerda que donde ardió el fuego del amor y de la vida,
debajo de las cenizas muertas, quedan las brasas esperando el soplo para hacer
las llamas. Si dices que sin tus muertos no podrás seguir viviendo, no digas
que porque los amabas tanto, sino por cuánto los necesitabas, y no es lo mismo
amar que necesitar.
Si lo
aceptas así tal vez descubras para tu crecimiento que tu vida consiste en ser
tu vida, y no la de los otros!
No frenes
tus lágrimas cuando llegan, ni fuerces el llanto cuando se aleja, no dejes de
llorar porque alguien lo reprueba, ni te obligues a llorar porque si no, ¿qué
dirán los demás? Respeta tu dolor y tu manera de expresarlo.
No te
mueras con tus muertos, déjalos partir como parten las golondrinas en otoño,
para anidar en otros climas y volver más numerosas y crecidas en otra
primavera!
Las
lágrimas que ocultas, el dolor que escondes y la protesta que callas, no
desaparecen, quedan al acecho del momento en el que puedan estallar. Y es mejor
que lo vivas todo en su tiempo y en su hora.
Es común
que las personas guarden buena cantidad de culpas para reprocharse ante sus
muertos. No lo hagas contigo mismo.
Tus muertos
no ganan nada con tus insomnios y remordimientos. Ámalos ahora, recuérdalos con
amor, y quizás ganen algo como otro nacimiento.
Tú solo ves
una cara de la muerte, la del otro lado se te escapa.
Si desde el
seno de tu madre hubieras visto nacer un hermano, probablemente lo habrías
llorado como muerto, hasta nacer tú y reencontrarte con él.
¿Qué
sentirías si vieras la muerte como otro nacimiento? A la hora de recordarles,
tus muertos no estarían en el cementerio.
Nunca
estuvieron ahí, salvo cuando estaban vivos. ¿Me
preguntas dónde están? No puedo responder por ti.
Yo sé dónde
están los míos; pregúntate a ti mismo donde crees que están.
El
cementerio es como un surco donde se arrojan las semillas. Ningún sembrador
vuelve a remover la tierra para buscar las semillas ya sembradas; regresa al
campo a la hora de cosechar las espigas.